River abrumó a Boca en el juego pero no logró quebrar un injusto empate. El Mellizo no pudo evitar la mayor diferencia futbolística desde que Gallardo es DT. A un equipo se le achicó el arco y al otro, el planteo…
Chico.
Muy chico.
El empate. El planteo de Boca. Y el arco de Orion para los jugadores de River. Alonso pateó al viento en el centro del Pity. Mora controló tan largo la pelota que le dio vida a Orion. El mismo uruguayo llevó al palo el centro de Driussi en el PT. Driussi se apuró para definir con el arco vació después de la pifia de Silva. Mercado, adelantado por un botín, definió afuera una jugada que con el Vasco hubiera ido adentro. Nacho le devolvió un rebote al arquero. A la folha seca de Lucho González se le cruzó la humanidad de Pablo Pérez. Y así sucesivamente.
El superclásico fue tan desparejo como contradictorio. El día que River le sacó la mayor diferencia futbolística a Boca desde su llegada, la imagen de Gallardo no fue con los brazos en alto: fue con las dos manos tapándose el rostro por la jugada que se les esfumó a los dos uruguayos. Al Muñeco no lo consoló la abrumadora victoria en el juego. Tampoco a los hinchas. A todos, sin embargo, los dejó satisfechos que River haya sido consecuente con su idea: intentó ganar siendo mejor que Boca. Y ganó, de a ratitos goleó, con la pelota. El empate, para alivio de Boca, se dio sólo en el resultado.
La supuesta intención ofensiva de Guillermo duró menos que la presidencia de Federico Pinedo. El 4-3-3 no existió. Y menos aún, el arco rival como meta. Lodeiro (no) jugó detrás de los delanteros. Tevez fue una sombra. Bentancur y Pablo Pérez terminaron devorados por Ponzio y Domingo. Y los laterales no cobraron peaje: directamente levantaron la barrera. Afortunadamente para el Mellizo, el Cata Díaz sacó la cara por sus compañeros, Orion puso el pecho en las difíciles y Palacios mostró un poco de vergüenza para inquietar con sus diagonales. La consecuencia de tanta inacción, de todos modos, a Boca le dejó un saldo inversamente proporcional al de River: el Mellizo celebró haber igualado el segundo clásico desde que asumió. Y estuvo bien: fue lo único que pudo festejar. Lo veo y no lo cero, River se contagió la sequía goleadora de su rival en el partido que menos quería. Pero el lamento de Boca por los 377 minutos sin un solo grito ni se compara con la frustración que le dejó al local que en estos 90 la superioridad se vislumbrara en todos los ámbitos menos en la red. El equipo de Gallardo se lo ganó por adentro y lo atacó por afuera. Tuvo bravura en sus dos leones del medio y triangulaciones por los dos costados.
Si en Boca será así hasta junio, como avisó Guillermo, en River esperan que no sea así nunca más. Y que el arco, que se achicó como el planteo rival, la próxima se agrande.
Fuente: Olé