Antes de la pandemia en todos los bares, boliches y cervecerías de la ciudad te daban un pequeño bowl con maní para acompañar tu cerveza. A nadie le importaba la higiene, se sabía que todos metían la mano en el mismo bowl aún cuando nadie conocía si antes se habían lavado las manos. Aquel maní iba y venía del tarro a la barra cada noche. Aquel famoso maní hacía un trayecto de Córdoba al quincho de una casa y luego llegaba a tus manos.
Dos mesas, dos balanzas y un quincho
En el 2017 Guido Sinopoli (36) trabajaba como contador en un restaurante, su hermano Marco en una rotisería. Trabajan muchas horas, con un sueldo que les permitía vivir mes a mes pero ambos querían tener un ingreso extra. Guiados por un amigo que estaba averiguando para traer maní de Córdoba, se sumaron al plan. La logística era la siguiente: volvían a la tarde de sus trabajos y se iban hasta la madrugada al quincho de la casa de un amigo donde recibían bolsas de 25 kilos de maní provenientes de Córdoba. En dos mesas con dos balanzas armaban bolsas de 5 kilos con su propio logo. “Creció muy rápido, vendíamos casi una tonelada de maní al mes. Lo que empezó de manera doméstica para hacer un ingreso extra era algo que nos estaba llevando un laburo casi a tiempo completo”, recuerda Marco, que además los ingresos comenzaron a hacer el equivalente de sus respectivos trabajos pero con menor carga horaria y sin jefes.
El quincho de la casa del amigo de Guido quedó en desuso porque estaba ocupado con el maní, pero al menos en agradecimiento hicieron partícipe del negocio a la familia: la dueña de casa era quien atendía los llamados, mientras los chicos estaban en la rotisería y el restaurante; otro de los hijos manejaba el auto que compraron para la distribución. El boca en boca era su mejor publicidad, además de los amigos que se ganaban una comisión llevando muestras del maní a los bares. Pero el quincho ya les quedaba chico para el negocio que crecía: necesitaban más lugar para mover los pallets con alguna máquina y no de manera manual. Los hermanos se pusieron en campaña y encontraron un galpón en Devoto.
“Somos dos piezas que encajan perfecto”
Trabajar con un hermano puede resultar difícil. Y así fue al principio para ellos, si bien su relación siempre fue excelente, no conocían la faceta laboral de cada uno, “fue entendernos, saber qué quería cada uno para hoy, después de más de cinco años trabajando juntos, asegurar que somos dos piezas que encajan perfecto”, dice Marco.
Y en ese ver qué quería cada uno coincidieron en que aquel galpón de Devoto era perfecto para abrir una cervecería artesanal con venta de hamburguesas. El resultado fue muy bueno y no tardaron en expandirse a Recoleta, Palermo y Ramos Mejía.
Luego de la pandemia, los hermanos con ganas de seguir evolucionando empezaron a notar que la gente buscaba cada vez más la silla en “la veredita”, pero querían dar un paso extra y encontrar algún sitio con terraza que les permitiera tener verde y mayor circulación de aire. En aquel momento, en Europa hasta las marcas tenían sus propias terrazas, ¿cómo podía ser que una ciudad como Buenos Aires no las tuviera? Pero para su desilusión los lugares que les ofrecían estaban rodeados de edificios o no podían habilitarse para tal fin.
Sin darse por vencidos encontraron un edifico de oficinas moderno en construcción en plena Avenida Corrientes: la oportunidad era perfecta. Hablando con inmobiliarias y mucho esfuerzo lograron dar con el dueño y descubrir que la terraza no tenía aún destino, se barajaba la posibilidad de hacer un salón de usos múltiples o una sala de máquina, pero jamás se pensó en comercializarla.
Los hermanos fueron con su propuesta: el edificio ganaba un ingreso extra y ellos tenían asegurados, por empezar, 30 pisos de oficinas con empleados que podían subir a tomar o comer algo a su bar. Además, de por si, era la posibilidad de brindar la experiencia de entrar a la modernidad del edificio a quienes vinieran de afuera.
“No había nada de nada”
“Estuvimos casi un año de obra, tuvimos que hacer techo, ventanales, conexión eléctrica, no había nada”, cuenta Marco. Con dedicación y visión de futuro los hermanos lograron dar vida a Olympo Sky Bar, una terraza en el piso 31 que tiene la única visión 360 de la ciudad de Buenos Aires. “Hay pocos bares con terrazas en Buenos Aires y en todos, en algún lado, por estructura o por diseño, la vista se corta; nosotros le damos toda la recorrida, es nuestro distintivo”, aclara Marco y agrega: “La idea es que te lleves un pedazo de Buenos Aires en tus ojos, que haya un disfrute en tomar y comer bien, que comas en la mesa de Olympo, de los dioses, eso fue lo que se buscó”, asegura Marco del bar de tragos con vista privilegiada que atrae a turistas y argentinos por igual. De noche, desde allí se ve la cúpula del congreso iluminada y los edificio de Puerto madero y sus liuces. Con sol o lluvia, la vista descubierta de Buenos Aires es siempre un buen plan.