Conversaciones de domingo

Ir a Suiza y viajar en el tiempo

Conversaciones de domingo 2025-02-16 06:00:05

En un pueblo de montaña suizo es posible reencontrar la mística de los grandes escritores que eligieron este rincón del mundo como refugio

GSTAAD.– Suiza tiene una amplia tradición de emigrados escritores. “Es donde Byron vino a fiestear y Borges vino a morir”, sostiene Padraig Rooney, el autor de El chalet dorado. Fuera de pista en la Suiza literaria, un libro que cuenta las historias de una increíble lista de personalidades –de Rousseau a Ian Fleming, pasando por D.H Lawrence, Joseph Conrad y Patricia Highsmith entre muchos otros—que fueron atraídos por la República Helvética.

Algunas de las razones del atractivo son, en el caso de los autores que ya eran ricos, obviamente guardar la plata; los que eran perseguidos, escudarse en su neutralidad; los que odiaban la industrialización, la promesa de una vida bucólica; los que dejaban escándalos detrás, escaparse de los paparazzi; los que tenían problemas mentales o de adicción, internarse –o ser internados– en las famosas clínicas.

F. Scott Fitzgerald

Suiza es “un rincón de Europa que no es tanto que atraiga a la gente como que la acepta sin preguntas incómodas”, ironizó F. Scott Fitzgerald.

Fitzgerald pasó una temporada en la década del 20 en Gstaad junto con su hija, Scottie, luego de internar a su mujer, Zelda, en uno de esos centros de salud. Sobre Gstaad escribiría en la novela de gran carga autobiográfica Suave es la noche. Allí aborda la sofisticación y el aislamiento de la realidad que buscaban sus personajes principales como forma de lidiar con el deterioro mental y de las relaciones. En Suave es la noche Gstaad es importante porque representa un lugar de frágil –y discretamente lujosa– estabilidad. Esta cronista pasó por allí esta semana, y quedó impresionada de cómo esa sensación permanece en el tiempo.

Es “un rincón de Europa que no es tanto que atraiga a la gente como que la acepta sin preguntas incómodas”, ironizó F. Scott Fitzgerald.

La sensación es, incluso, intensa aún antes de llegar. El único tren que se puede tomar desde las ciudades cercanas mantiene los interiores con paneles de madera, tapizados de terciopelo, lámparas Art Nouveau. Aunque uno venga del aeropuerto de Ginebra mal dormido y cargado de bolsos de nylon con indumentaria deportiva flúo, se siente transportado sin siquiera haber dejado la estación.

Un chalet en Gstaad

Un paseo por su peatonal potencia la sensación de que poco cambió. Gstaad es un pueblo de montaña de apariencia sorprendentemente sencilla, con tiendas carísimas pero dentro de pequeños chalets, y existen reglas draconianas de construcción que no permiten agregar más casas ni desarrollar tiempos compartidos. Hay tapados de piel, pero se ve más loden. El pánico es que se convierta en St. Moritz, la eterna competencia, a la que consideran, según The New York Times, “la chica fácil de al lado que no supo decir que no”, por lo que ahora tiene –horror– un público considerable con una vida nocturna comparativamente ruidosa. Para evitarlos, todo aquí avanza “a ritmo glacial”, y por eso Gstaad en muchos aspectos no está demasiado distinto a como lo encontraron los Fitzgerald.

Gstaad es un pueblo de montaña de apariencia sorprendentemente sencilla, con tiendas carísimas pero dentro de pequeños chalets, y existen reglas draconianas de construcción que no permiten agregar más casas ni desarrollar tiempos compartidos

Scott y Scottie, encima, se alojaban en el hotel Palace, que sigue siendo el epicentro de la vida social. “Entonces, como ahora, Gstaad era donde los ricos colocaban dinero en los bancos y a los hijos en escuelas internacionales”, sostiene Rooney. El Palace sigue teniendo la única disco del pueblo, que atrae a los adolescentes que quedan pupilos y que otorgan la vitalidad que encontró Scottie, en lo que si no sería un pueblo solo de gente pudiente de edad avanzada. Además, alto en la ladera de la montaña, las vistas desde allí cortan el aliento. Pero en la novela, a pesar de la belleza del lugar, el aislamiento y la superficialidad de Gstaad también sirven para subrayar la distancia emocional de los personajes. El matrimonio de la ficción, como el de Scott y Zelda en la realidad, finalmente fracasa.

“Suiza es donde pocas cosas empiezan, pero muchas terminan”, concluyó Fitzgerald. Sin embargo, la mística que es transmitida a través de tantas obras que el territorio inspiró, y la extraña aura de ciertos lugares como este centro invernal, claramente permanecen.

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